De solo pensar en la angustia de aquellos padres me conmuevo. Su hija de cuatro años, activa, hermosa y siempre sonriente se quejó de un dolor agudo. La había picado un escorpión, un insecto de la familia de los arácnidos que suele estar oculto en medio de las camas, los zapatos y los muebles viejos. Su veneno es capaz de paralizar y matar a otros insectos, pero en los adultos mayores o en niños pequeños causa arritmias cardíacas y un dolor tan intenso que puede llevar al choque cardíaco y hasta la muerte. La niña del municipio de Tarazá en Antioquia gemía de dolor y sus padres al verificar el motivo, se percataron de la gravedad de la picadura y decidieron llevarla lo más pronto posible al centro médico “más cercano”. Pero en países como Colombia (y en muchos de América Latina, de Asia o de África), el concepto de cercanía de los servicios médicos es un concepto relativo… Muy relativo.
De hecho, en mi práctica profesional he debido caminar más de cuatro horas, montar en burros, subir a motos y a chalupas (una canoa artesanal) antes de atender a gestantes en trabajo de parto, a recién nacidos con fiebre elevada o adultos mayores que estaban severamente enfermos al momento de llegar a sus humildes viviendas. Los pacientes y sus familiares me comentan cuando los examino que pueden pasar varios años para que la comunidad vea de cerca a su casa a un médico o un odontólogo. Todo esto ocurre en medio de la llamada “cobertura universal de los servicios de salud” y de reformas sanitarias para mejorar la oportunidad y la calidad del servicio en todo el país.
Los contrastes son significativos: mientras en Medellín, Santiago de Cali o Bogotá, una familia de alto estrato social puede conseguir que un médico especialista le brinde atención domiciliaria y la remisión inmediata en cómodas y modernas ambulancias, en otras zonas del país, a unas pocas horas de clínicas altamente tecnificadas, los niños, las niñas y las mujeres más pobres, deben caminar varias horas y esperar otras más hasta que les repartan un ficho que les ofrezca una leve esperanza de atención con el médico general. En ocasiones los fichos se agotan y deben regresar a sus hogares con hambre, más dolor, más desesperanza y, claro está, sin recibir la añorada atención.
La niña de Tarazá, en brazos de sus padres debió aguantar un trayecto de seis horas mientras llegaba desde su humilde vereda al servicio de urgencias de un primer nivel de atención. Pero su crítico estado clínico no podría solucionarse en este tipo de centro y debió ser trasladada nuevamente a un hospital de máximo nivel de atención. ¡Otras dos horas más de angustiante trayecto!
En Australia, un país con un serio problema de salud pública por las mordeduras de animales como serpientes y lagartos, y también con alta frecuencia de picaduras por arácnidos, el sistema de salud cuenta con helicópteros y aviones dotados con la más moderna tecnología en comunicaciones, en ubicación satelital (GPS), en antídotos fabricados con biotecnología y con personal médico entrenado en Toxicología y en Reanimación Avanzada. ¡Este sistema salva vidas! Es tecnología de vanguardia para el servicio de toda la población, pues cuando los avances científicos y las innovaciones se ponen al servicio de toda la gente, el mercado crece, la sostenibilidad se garantiza y los problemas de salud pública empiezan a controlarse evitando altos costos y muertes innecesarias.
Un gran grupo de especialistas en Medellín atendieron a la niña picada por el escorpión de Tarazá; ingresó a cuidados intensivos, recibió antídotos, medicamentos de última generación y se conectó a dispositivos avanzados para monitorear sus signos vitales. Pero la alta tecnología fue inútil para esos momentos: fue imposible salvarla. Todo ese recurso humano y tecnológico llegó tarde. La niña falleció en medio de millones de dólares de tecnología importada. Hubiese bastado con un sistema de telemedicina y una dosis de antídoto ubicado en su vereda, en la casa de un líder comunitario, para que con cinco minutos de conversación, los médicos explicaran a los padres o vecinos las fases de los primeros auxilios, mientras una ambulancia salía a su encuentro en medio de la carretera. Las probabilidades de éxito habrían aumentado significativamente como ocurre en Australia o EEUU.
Necesitamos tecnología biomédica sencilla, fácil de utilizar y económica, que esté muy cerca de los más pobres, de los más alejados de la civilización, donde los burros, las motos y las chalupas aún son “las únicas ambulancias” que circulan por caminos y rutas ancestrales. En este tipo de tecnología estamos trabajando intensamente de la mano con Socialab Colombia. Esperamos que algún día, podamos contribuir a salvar a otras niñas del campo, para que al menos, el ángel de Tarazá nos sonría desde el cielo nuevamente.
Ver noticia relacionada: Niña muere por picadura de escorpión en Tarazá. Vía www.elcolombiano.com
*Alejandro Vargas es médico y cirujano de la Universidad de Antioquia. Magister en epidemiología de la misma universidad. Consultor en salud para el área materno infantil en Colombia. Docente de la cátedra: Innovación en salud, de la Institución Universitaria Salazar y Herrera IUSH, en Medellín, Antioquia. Emprendedor de Socialab Colombia.